La Lluvia Cae Por Donde Quiere by Erick E. Perez

La Lluvia Cae Por Donde Quiere by Erick E. Perez

autor:Erick E. Perez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: romance, historia de amor, soldados, servicio militar, amor en tiempos de guerra, guerra en centroamerica, jovenes nicaraguenses, la lluvia cae por donde quiere, novela nicaraguense, zona de guerra
editor: Erick E. Perez


*****

La tarde era de un azul intenso y sosegado. Un delicado resplandor solar brotaba del conglomerado de cerros pardos que bordeaban el campamento y que en mí imaginación los asociaba con una mujer desnuda, dormida en algún valle perdido. En la cocina los muchachos reían a carcajadas, seguro que concebían bromas a cerca de mí. Trinidad estaba con ellos, feliz de pasar el rato con ellos.

Los sancionados fueron liberados por un instante. El oficial de guardia quiso que cenaran en el destartalado comedor y después realizaran sus necesidades fisiológicas, antes de ponerlos bajo candado. Mariano Armas, con el enojo visible en el rostro, se plantó ante María Trinidad.

—¡Quiero hablar contigo! —le dijo.

—Nada tenemos que hablar —replicó ella.

—No sé por qué lo hiciste, pero te vas a arrepentir.

Ya no utilizaba el «usted», tan acostumbrado por la mayoría de los muchachos al dirigirse a ella.

—Ve, no vengas con amenazas, que no le prestó atención a gente babosa. Mejor es que te retires —dijo, haciendo un ademán de desprecio.

—Te estás buscando que te pegue tu tiro —dijo con rabia.

—No me vas a encontrar desarmada —respondió sin agitarse.

Solo ellos dos eran. El resto, enmudecidos, escuchábamos. Valentín se dejó venir fusil en mano y llamó a Agatón Arauz.

—¡Anda, llévalo de regreso! —dijo, señalando a Mariano.

Este no se hizo rogar y pasó delante de Agatón. El odio se cristalizaba en su mirada. Hubiera jurado que deseos de estrangularla no le faltaban. Pero entonces sería hombre muerto.

—No se preocupe, Triny, vamos a tener cuidado con él —dijo Casco.

Trinidad abandonó el cuchitril y se fue colina abajo, con los puños apretados dentro de las bolsas del pantalón.

Después fui con los muchachos a dar una vuelta por los pabellones, a asegurarnos de que las puertas estuvieran debidamente reforzadas. Uno de los presos llamó mi atención con un brusco movimiento de brazo.

—Habla —le dije—. ¿Qué pasó?

—Ven —dijo imperioso.

—¡Vaya! —exclamó Bienvenido—. ¿A este qué le pasa? Te quiere dar órdenes.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Me acerqué y él me llevó aparte.

—Oye: el Chele se va a escapar. Dile a Valentín, él está de OG.

—¿Y por qué no se lo dices tú? —repliqué, pensando que podía ser una artimaña.

—No, yo estoy encerrado y me puede ir mal —explicó. Lucía nervioso, enrojecido y dirigía la vista a todos lados—. Si el tipo se va, nosotros vamos a pagar. No nos van a dejar salir ni al baño. El jefe del batallón seguro que se encoleriza. Anda, dile antes de que huya.

Me retiré molesto. Me colocaban en una situación incómoda, pero él tenía razón. Iban a tomar medidas estrictas con los que quedaran y eso no les convenía a ninguno. Al toparme con Valentín le di el mensaje y este de inmediato ordenó que reconcentraran a los presos. Era ridículo que los sancionados fueran más que el personal de seguridad a cargo. ¡Qué mal andábamos!

Se escapó poco antes de que se cerrara la noche. Los muchachos comenzaron a gritar para llamar la atención, pero él llevaba horas de ventaja. El oficial de guardia armó a tres hombres más y salieron tras el prisionero.



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